Caminatas desprogramadas,
rutas imprecisas
a pies descalzos
agudizan la potencia de tus sentidos,
el destello de una playa desierta,
que sueña con abrazarse
a una piel solitaria
con gusto a mar
y vas sintiendo cerca el sabor
de las calles estrechas,
la humedad del paisaje
y el calor de aquella cualquiera,
una mano
que no está pero es como el jenjibre,
que se te extiende por todos tus adentros
y vas palpando la certeza que tienen
esas dos paredes que se miran de cerca,
que se sienten
y esperan,
apaciguadas por su presencia,
a que llegue algo que las despierte:
el eco de las pisadas,
una nueva grieta,
gotas de lluvia,
o mejor,
dos manos palpando la aspereza de los años,
viviendo su historia
embellecidas con pintadas,
se cicatrizan las heridas,
y se miran
desconsoladas,
con cara de mala suerte
y ganas de revolcarse,
destruyendo sus pilares
y fusionándose,
haciendo un colchón del empedrado,
siendo anhelo de playa.
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