viernes, 6 de septiembre de 2013

A José Val del Omar

Dónde esta la ruta hacia el escrito de lo incomprensible, dónde están esas tierras que se caminan solas en ese preciso instante en el que el grillo cantarín adorna de saltos esa música de agua, que a su vez recorre incesante los canales de piedra de cualquier jardín de almendros. Dónde esta el sendero que lleva a las hormigas combativas a su refugio del brillo acelerado de ese girasol enfadado que grita en amarillo y difumina sus carreteras, mientras cabalgan caballos de ojos rojos al son del letargo de un amanecer de insomnio que nunca llega y que convierte las noches y las hadas en largas filas de cuentos aburridos que parecieran dirigirse al tren del olvido. Cuándo atentaran la mente las lentas pisadas delos cerrajeros de cárceles que suben y bajan escaleras en procesión hasta encontrarse con el peldaño roto definitivo y una explosión, cuándo la secura de unos labios rotos besará al fin la amapola que se esconde tras cráteres y humo. Cuándo el lugar más común de los comunes viajará hacia el silencio, y el barco submarino lanzará mensajes encriptados en altavoces de coral. Pasa la hormiga diminuta, pasa el mosquito espadachín con sus habilidades en ruido y distorsión. Dónde esta el camino que dibuja párpados azules y perfuma charcos termales con sus violines desafinados en un alegre aleatorio.

Dónde están las aguas que resisten las andaduras del poder y sus civilizaciones.

Bajo la arena, un pasadizo de aire y la protección de los pasadizos en ruinas que conducen a aquellos patios donde cantan el agua y las plantas, donde los azulejos hablan susurrando geometrías intercaladas al olor del clavo y el jengibre. Donde el agua canta y baila se trasladarán los sueños por bulerias.


Y despertarán, dentro de la onda de guitarra los sueños olvidados construyendo desiertos de ondas, atravesando cristales transparentes y rosados, para ver al insecto caminando por los dedos de una mano dirigiéndose a borde de uno de los cinco caminos donde reposa un fragmento de cristal precioso que diseña su mundo de piel y arrugas. Cae un fruto de olivo verde a esas ásperas tierras castigadas por la imparcialidad de sus extremos indomables, las raíces se hablan susurrantes sacando sus ojos a la superficie para observar la esencia de una etnia que lleva escrita en su mirada la expresión sangrante de la resistencia. Y suena un grito prolongado, mientras las manos en coro explosionan sus pies contra el suelo. Cae el agua y ruedan las hojas que son la tumba de aquellos bondadosos bichos, se dibujan caras en relieve atrapadas en paredes que gritan en silencio a favor del tiempo, y escupen chorros de frescura sus bocas, hasta llenar pantanos y escribir sobre los muros la poesía presa de su cultura capturada. 

Se ven torres y un arco, el mar sereno recoge el dibujo de las incautas gotas de agua que salen de la oscuridad para regar y adornar de verde los folios de un pintor, que ciego, se adormece con el olor de la biblioteca que contiene los manuscritos prohibidos, mientras observa muy adentro, una lechuza que le atraviesa su paisaje en cada retazo de instante en el que parpadea.

Otra vez despierta soñando que bajo túneles de arena vuelven a volar pétalos de rosas violetas, y los murciélagos resucitados de los ríos, aman sus formas con la danza de lo impredecible. Se esconden las canciones del río bajo estalactitas plateadas que fueron nieve, observando los cajones apaciguados tras el sonidero por alegrías.

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