A muchas personas.
Ya no sé si esto de escribir se reducía a estar
un paso más allá de lo triste
y relatarlo,
profesionalizar las pasiones frustradas,
crearme mi katarsis de malviviente
inadaptado,
y salvarme de tragarme el vómito
para finalmente tener que malcagarlo.
Aprendí a no comerme mi propia mierda
sino a escupirla,
que era mucha y ya desesperaba,
cuestión de supervivencia
o pulsión de vientos
que corrían
por mis desidias.
Sí, aunque parezca feliz, y ya casi no escriba...
Reconozco mi afición
a sentirme cómodo,
buscarme un rinconcito,
y revivirme
en cada una de las estrellas desheredadas del camino;
en cada una de las ruinas de sentimientos
que resisten a convertirse en el próximo atractivo turístico,
con explicación histórica, fecha y etiqueta,
sobre todo con etiqueta,
dan asco sobre todo las innecesarias;
y en cada una de las piedras olvidadas
que sobreviven sin coleccionar miradas
y resisten, heroínas y mil pisadas
con el corazón en el suelo,
y por no llorar la mirada al techo,
dos segundos,
un suspiro y como nuevo.
Desde que aprendí a ver su luz
me aficioné a sentarme cerca
de esas estrellas inadaptadas,
las que apenas ve la mayoría,
las que observan y se esconden
de las que aprendes apenas de mirarlas:
las que brillan sin querer son las que verdaderamente me encandilan
Llegados a este punto,
creo que pedir perdón esta vez no es lo adecuado,
¡prefiero dar un puto grito por los desheredados!
Porque me siento libre en cada abrazo
de palabras o cuerpos:
es la viveza del delirio de saberse entendido.
Porque me siento parte de los que no rehúsan el romperse en mil pedazos
y no rehuyen el realismo trágico:
compartir realidad,
aunque duela,
une,
y lo que une,
da vida,
y lo que da vida,
siembra soles,
grandes estrellas difíciles de olvidar.