jueves, 20 de junio de 2013

¿Qué carajo es esto?

La libertad a la vuelta de la esquina, asomándose, para ver al siguiente que venga a buscarla, ansioso, con ganas... La libertad o se busca con ganas o no se busca, por definición.

El caminante avanza a paso rápido, la observa, la ve, la reconoce… ¿la reconoce?

Por un instante, coinciden las miradas durante un segundo… ¡no!  Que digo, menos de un segundo. El caminante aspira a verla  algo más que la triste fugacidad de la vez anterior, cuando confiado tras esa mirada, salió corriendo enseguida a buscarla y al cruzar la esquina, ya no estaba.

A la vuelta de esa misma esquina, ahora sólo veía, al igual que aquel otro día, una ciudad veloz, llena, concurrida.

Su vista enseguida se nubló dada la rapidez de las luces de colores que pasaban por sus ojos y a estas alturas ya se habían instalado en su mente adoptando curiosas formas:

símbolos, imágenes, sonidos, palabras.

Un campo de trigo con un cartel que reza “propiedad de Monsanto”/el sonido de sirena a la hora de entrada a la escuela/desfile militar/insignias de oro desgastado/maquinas de impresión sacando billetes/Pink Floyd en mares de punteos de guitarra/una familia reunida en el salón de la típica casa de clase media /rostros serios, silencio, el egoísmo parental en escena, variantes infinitas/o el padre es policía y acaba de llegar de una manifestación donde ha golpeado a tres personas que compartían aula con su hijo: “a esa gente ni mirarla, no quiero que te relaciones con terroristas”/un psiquiátrico bajo la tierra  donde Marx y Engels juegan a las cartas sedados de opiáceos tratando de romper el rey de oro/…

Mientras, suenan las alarmas: de la próxima pastilla, de la reciente guerra, del trabajo,  de los institutos modelo en las dictaduras de la tecnocracia europea en 2020.

Vuelta a la realidad, dos segundos…otro flashback.

Carteles publicitarios empiezan a pasar por su cabeza a una velocidad de tres o cuatro por segundo: represión, democracia, dinero,  familia,  estado, iglesia, escuela,  universidad... y una última que permanece, más de cinco segundos, sobre fondo oscuro, casi imperceptible: ESTRUCTURA.. .y ahora parpadeante...ESTRUCTURA, ESTRUCTURA, ESTRUCTURA.

El caminante vuelve a si mismo tratando de descifrar algo de lo que acaba de ser un viaje propio de los más eficaces enteógenos. Todo aquello empezó con su segunda vista de la libertad, "libertad, estructura, libertad, estructura..." Se intercalaban las palabras de nuevo en su cabeza, pero esta vez sin aquel arrollador relampagueo de luces. Resultaba que se estaba dando cuenta de que aquella era la única manera que tenía, de momento de disfrutar de la libertad en su vida urbana: una fugaz mirada, dos gotas de agua en un desierto de empatía. Cómo podía ser aquello…

Al llegar a casa lo entendió todo, al ver en su mesa de noche un libro cuyo título decía algo así como "sobre éticas de autosuficiencia y autogestión material y emocional".

Al rato, sin llegar a abrir el libro, del que sólo había leído el prólogo, se acostó pensando que libertad, hoy y aquí, es un abrazo sincero, una mirada honesta, una gota de sudor compartida, excitarte cuando la mujer de la parada de guagua te canta en euskera, nadar a mar abierto, no tocar fondo, ver antiguas calles y viajar en el tiempo. Libertad es ser consciente de que esta lista podría ser infinita siempre que quieras y seas también consciente de que el límite de la misma nunca se alcanza, pero ahí no esta la clave. Tal vez habría que buscar la autosuficiencia, que parece lejana  pero sabes que siempre, siempre, siempre sale de la tierra, de ti, y de las gentes que te rodean. Y la incompletitud, porque la libertad nunca es completa.


Tras minutos de silencio, alguna melodía extraviada en su cabeza, y demás recuerdos… acabó durmiendo, por fin, tras tres días de insomnio vagando por sus calles.

jueves, 13 de junio de 2013

Apagué la luz

Apagué la luz
y vi el tren descarrilar,
enriscándose.

A mis ganas de seguir
les dio por ocultarse,
pasiones circulares,
amantes prohibidos,
el viento en la cara
evita el ruido.

La hoja que se hace tierra,
árbol que da calor al frío,
afectos sentidos
pasiones desatadas,
veo sombras

y en la oscuridad,
tras el polvo de estrellas,
la constelación
de un libro perdido.

Lo que llaman alma
solo es desorden
y desastre,
colapso de emociones
al mirar por la ventana del sexto
y pensar en saltar

...en tirarme.

La ciencia habla
de el ciclo que vuelve,
la esencia misma
se repite.

Y no hay cuervos que cazar
sólo señas tras montañas,
logica del sentido
diferencia y repetición,
niebla en el borde del camino

el placer de sufrir
por lo no vivido,
la cornisas traicioneras
y mis venas en alerta
vigilando al éxtasis.

Reptando por el rayo
y optando,
en mitad de la tormenta
por el humo en mi capucha.

Ojos vergonzosos sonrojados,
nadando en los infinitos ríos
de lo perceptible
y su pasado

no se donde
no se cuando
no se si...

Abre la ventana
y sal del cuerpo
rompe la persiana
y vomita todo
lo que llevas dentro.

domingo, 2 de junio de 2013

Los 73 metros

Deja de soñar con Prometeo
de saltar edificios
de ponerte al borde

deja de sentir el filo en la mitad del pie
como las hojas en otoño
en el momento de aferrarse a su rama
y esta al tronco.

Tal vez nada, por todo
un grito
y el desesperante continuo

de sentirte preso.

La libertad llega

sólo en el preciso instante
en que estás a menos de un segundo
de tocar, de chocar
de palpar a hueso perdido

desvivirte a cráneo roto
con el suelo

después de una altura mínima de 73 metros,
lo tengo calculado.

Mundo finito
seres imperfectos
incendios invisibles de deseos

todo antes,
antes de los dichosos 73 metros
antes de Prometeo, y sus frustraciones
por dejarte engañar con eso de que el ser humano
todo lo puede

ahora en la tierra
escarbo un hueco
y a una lombriz le da por contarme sus lamentos.

Tras ello acaba preguntandome
-¿con qué pretexto esa obsesión por los 73 metros?
-abre los ojos, era un sueño.

Te despiertas con restos de tierra en la boca
y aun pensando,
a pesar de tu amor por la tierra que,

es un hecho, algo más que realista,
que se puede dormir despierto
y saltar soñando

pero tal vez hay mucha verdad
en eso de sentirse preso, la libertad
y los nosecuantos metros.

Luego,

la quietud
dejarte acariciar por el viento
y tocarlo, besarle, aspirar

pensar con aire
respirar al tiempo

para por fin...

el silencio.