Cipreses,
pendientes que subes a regañadientes.
Monte de barro,
que brilla cuando es mojado por el Darro.
Guitarras,
con su música bailas como por el agua.
Cuevas y palmas,
con miradas que te atraviesan cuando les hablas.
Ritmos y taconazos,
que empezaron con pies descalzos.
Escena y música,
como un paisaje de Kusturica.
Atardeceres en la Abadía,
mejor que cuando vas por el día,
melancolía,
que encuentro tras cada mirada fría.
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