sábado, 21 de diciembre de 2013

El cine, tras dos ojos y muchas circunstancias.

Decía Deleuze que el cine se diferencia de la literatura por la composición imagen-movimiento. Además, es un instrumento de comunicación política, una herramienta para entender el mundo. Antonio Damasio dice en su "En busca de Spinoza" que las emociones funcionan como activadoras de procesos racionales, que primero nos emocionamos, y luego comprendemos y razonamos.

Hay cine que emociona porque te saca una sonrisa, te distrae, te enternece, te ayuda a no pensar porque te imbuye en una burbuja de realidad, a la que aspirarás eternamente, y así ganan tu fidelidad. Ese es el cine hegemónico, el que te ofrece la panacea del amor romántico como remedio a la anomia social, el que te presenta a los que tienen el poder como colectivos que obran por un bien común y no por el interés privado, el que hace de los ejércitos de naciones como Estados Unidos e Inglaterra héroes y mártires por la libertad, el que en España expone la guerra civil como un enfrentamiento entre gente pasional y violenta, presentando como iguales a fascistas y antifascistas. En definitiva, el cine hegemónico es el instrumento político del poder para conquistar las mentes a través de relatos que emocionan pero no explican, que exaltan lo banal y ocultan lo esencial.

Luego hay otro cine que no resulta cómodo al espectador/a común porque su punto de partida es de confrontación con el relato hegemónico, sus composiciones de imagen-movimiento no suelen ser espectaculares o excesivamente sofisticadas, pero es incomodo porque sus películas no son un mero producto de la cadena de montaje cultural, sino que pretenden romper dicha cadena. Ese cine es el que llaman -a mi juicio erróneamente- cine político. Si la comunicación y las formas de relacionarnos son, en esencia, políticas, puede afirmarse que todo cine es político. Ahora bien, la diferencia entre el cine hegemónico y el que por llamarlo de alguna manera, trasciende los límites de esa hegemonía, es una diferencia que atañe al posicionamiento político del guionista y del director/a. O haces cine para reproducir los privilegios y normas de las élites, o haces cine con la intención de cambiar los relatos y las normas a través de esos bloques de imagen-movimiento, ofreciendo una manera más empática (aunque reconociendo que a la vez menos rigurosa) de entender el mundo en el que vivimos.

Ese otro cine, podemos llamarlo contra-hegemónico, es el que nos emociona para ayudarnos a comprender, para empatizar con las clases oprimidas, con los pueblos colonizados, con los colectivos marginales. Su objetivo principal, creo yo, es dar voz a los sin voz, de ahí su necesidad. De ahí también, la emoción y el entusiasmo de disfrutar aprendiendo, entendiendo y escuchando la voz de aquellas gentes que un día fueron desposeídas de su propio relato, y que aparecen en la imagen como un grito, y se mueven por la pantalla como un viento de aire fresco, que a mi, particularmente, me alimenta de esperanzas.

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